El poder sin la gloria

CClub Diferente, martes 18 de marzo, 23 y 12, 8:00 p.m

Los (re)juegos e imposiciones del poder trascienden la esfera política, a los que generalmente se reducen; si bien son ellos de los más influyentes e incidentes en la sociedad, otros muchos se imponen: el dinero, las posesiones, el sexo, son esferas donde aquellos también se manifiestan.

De ello va un filme británico como Boogie Woogie  (Juego de placeres), que realizara en 2009 Duncan Ward, donde un mundo que debiera transpirar solo belleza y espiritualidad como las artes plásticas, generan rapacidad, negocios, deshumanización: la tenencia de obras valiosas a cualquier precio –en sentido recto y figurado–, el imponerse en la élite dentro de los artistas cotizados y reconocidos  y el subestimar todo por una posición privilegiada son el equivalente del poder que confiere el arte, mas no como supremos hacedores del mismo, sino como negociantes, como manejadores de aquel en tanto herramienta que abre otras puertas.

Expositores, coleccionistas, artistas, rivalizan en un mundo donde la línea que separa el éxito del fracaso es muy sutil. Todo ocurre en Londres pero pudiera acontecer en cualquier lugar del Primer Mundo.

A todo ello aparece estrechamente vinculada la sexualidad: un matrimonio en cuyo seno se lucha por el despojo al otro, la infidelidad como alternativa, el lesbianismo  devenido performance, la homosexualidad dentro de un clóset más social que erótico, el lienzo como trampolín para el lucimiento y el desplazamiento, y dentro de ese campo de batalla, alguna dignidad que prefiere la pobreza a la claudicación o las concesiones monetarias.

Dentro del complejo mapa que traza el filme, se aprecia algún exceso: la manera en que el rechazo de la artista plástica afecta al joven que la ayudaba conoce acaso un desenlace demasiado tremendista, pero todo en definitiva encaja como un gran rompecabezas donde el poder mezclado al arte, al dinero, al deseo juega en un mismo y peligroso terreno.

La morfología del filme es muy inteligente; el video dentro del texto fílmico, los procedimientos cronológicos –que enlazan el inicio con el final dejando cabos sueltos que se amarran  en el desenlace–, la agilidad del montaje , la riqueza en el diseño caracterológico y las notabilísimas actuaciones (Gillian Anderson, Alan Cumming, Heather Graham, Jack Huston…) son algunos de sus incuestionables valores.

Será un buen pretexto para reflexionar y debatir en torno a los enveses y entresijos del poder, los poderes; arte y sexualidad incluidos, en donde se recuerda aquel célebre título de Andrzej Wajda: Todo para vender…y (agregaríamos) comprar, intercambiar, aplastar…

 

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