Hay amores que matan

Sobre varones que aman a otros, pocas cintas recientes han resultado tan originales y motivadoras como la coproducción entre Colombia, Perú, Alemana y Francia, Contracorriente, que específicamente se ocupa de la homosexualidad no asumida, en medio de un contexto que favorece tal postura, léase pueblo pequeño, tradicional y ortodoxo; en medio de ese, un ambiente humilde de pescadores, aislado y perdido,  Miguel (lugareño, casado y con hijos) y el pintor  Santiago llevan una relación clandestina.Estamos ante una sui generis resurrección –pudiera decirse- de aquel “realismo mágico” que animó la novelística de García Márquez y otros representantes del “boom” literario latinoamericano de los años 60’s, que el realizador peruano Javier Fuentes León ha incorporado a la pantalla con una acaso deliberada ingenuidad, un proceder fílmico naif que lejos de afectar, enriquece la obra, henchida de leyendas y folclor “local” (que a la vez, se reviste de una significación bien latinoamericana, en tanto regional e inclusiva).
Original es también la plasmación de la relación per se, que ocurre, contra lo habitual, más pos-mortem que en vida, como quiera que buena parte del conflicto entre el pescador y su amante por una parte, y entre el primero y su familia, sus vecinos y amigos, tienen lugar en una esfera surreal, mítica (el pintor es entonces un fantasma, cuya presencia no obstante gravita sobre el pescador y todo el pueblo).
Otro acápite interesante es el tratamiento de la violencia, ejercida en diversos registros y niveles por Miguel, el pescador que sigue sus instintos y sentimientos homoeróticos sin renunciar a su comportamiento heterosocial, entablando dentro de él una lucha intensa: violencia entonces hacia sí mismo y hacia el otro; de la esposa dolida y engañada, y por último –no menos importante- violencia del microcosmos social en pleno (prejuicioso, intolerante, injusto). Solo cuando todos aceptan y contribuyen a procurar el descanso del difunto, que perdiera su vida en el mar -una asunción que debe leerse como un auto-exorcismo, una redención por el pecado-  esa violencia cede a la justicia y a la paz de todos: del muerto y de los vivos.

Notablemente ambientada, fotografiada y actuada (Manolo Cardona y Cristian Mercado en primerísimo término), Contracorriente significa otro elevado momento de un cine latinoamericano que –más allá de las cinematografías puntuales que participan- se enriquece y diversifica.

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